¿Por qué Medellín se llama Medellín?

Medellín desde el aire, los paisas me caen mal

Nuestra ciudad se llama como se llama por pura insistencia de don Pedro Portocarrero y Luna, conde de Medellín -no la que conocemos, por supuesto, sino un poblado de la región de Extremadura, al sur de España-.

El 2 de marzo de 1616, don Francisco Herrera Campuzano, visitador general de la provincia de Antioquia, fundó un pueblito al que llamó San Lorenzo de Aburrá en donde hoy está el Parque de El Poblado. Allí vivían 300 indios y unos cuantos españoles.

Treinta años después, el pueblo que fundó don Francisco dejó de ser útil para la corona española: como las tierras eran resguardos indígenas, los europeos no podían comprarlas.

Así pues, los señores colonizadores decidieron que lo mejor era agarrar todos sus corotos y trasladarse un poco más al norte a unas tierras que sí pudieran comprar: se instalaron en la intersección formada por el río Aburrá y la quebrada Santa Elena y construyeron una iglesia de tapias y tejas a la que llamaron Nuestra Señora de la Candelaria -la misma que está hoy en pie, pero con muchas remodelaciones, al frente de la estación Parque Berrío del Metro de Medellín-.

“Al nuevo poblado se fueron recogiendo buen número de españoles importantes, que estaban diseminados por todo el valle, donde poseían sus hatos de ganado”, cuenta el libro Medellín en 1932 de los editores Luis F. Pérez y Enrique Restrepo Jaramillo.

Entonces, en 1670, los españoles de abolengo solicitaron a la Real Audiencia convertir la aldea en una Villa, que en términos prácticos era algo así como convertir a la Candelaria en una ciudad importante.

La idea no les gustó mucho a los vecinos de Santa Fé de Antioquia -capital de la provincia en esa época-, que pusieron el grito en el cielo cuando se enteraron de que querían restarle importancia a su pueblo de calles empedradas a orillas del río Cauca. ¿Otra villa en Antioquia?

En cambio, don Pedro Portocarrero y Luna, conde de Medellín y presidente del Consejo de Indias, sí le vio futuro al pequeño poblado en medio de las montañas verdosas del Valle de Aburrá, e insistió para que la corona española le diera la bendición.

Portocarrero insistió tanto que el 22 de noviembre de 1674, doña Mariana de Austria, viuda del rey Felipe IV de España, firmó la erección de la Candelaria en una villa y envió los papeles hasta el continente americano.

Un año después, el 2 de noviembre de 1675, se hizo efectiva la orden real y nació la Villa de la Candelaria de Medellín, que se llamó así en honor a la insistencia de Portocarrero y al poblado que estaba bajo su gobierno en la lejana España: Medellín de Extremadura.

Las ciudades tocayas, sin embargo, no podrían ser más diferentes.

Mientras que la Medellín antioqueña es una urbe anclada en la zona montañosa de la Cordillera de los Andes donde viven más de 2’400.000 personas, su homónima española es un municipio ubicado en la extensa llanura de Extremadura y bordeado por un río de aguas limpias llamado Guadiana, con poco más de 3.000 habitantes que se dedican principalmente a la agricultura.

 

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