«Las brujas son descritas como mujeres que tienen pacto con el diablo. Feas y malvadas, poseen además poderes mágicos».
En los cacaotales y florestas de mandrágora y crepúsculo, allí aparecen las Brujas. Adivinadoras del destino, expertas en la lujuria y el brebaje, han entregado el alma al diablo. Bellas como el viento y el relámpago, su deseo mayor consiste en entregarse a las delicias del espacio bajo los vértigos de la hierbamora y el vuelo nocturno.
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Amigas de las hienas y los venenos de la cicuta, las Brujas aman los aquelarres. Bajo las ceibas, cerca de los lagos y entre las estridencias de los grillos y las bestias nocturnas, allí, coronadas de delirio y de tatuajes de blasfemia bailan y cantan hasta el fin de la noche. Se entregan a los demonios, sacrifican niños en rituales de magia negra y en sesiones de alcohol y juego preparan nuevos bebedizos, nuevas posibilidades de perdición y encantamiento. Con el alba huyen, tal vez convertidas en pájaro o mariposa. Huyen porque con la luz pierden el poder de hechiceras y su habilidad de cabalgadoras de las escobas y el mal.
Vampiras de los niños y perseguidoras de los hombres, las Brujas son seres que solo se aplacan con la flor de ruda o de amapola. Temerosos de su aparición, algunos la llevan entre los bolsillos o la colocan en la almohada y las entradas de las casas. Saben que así ahuyentan el maleficio y el vuelo del pájaro gigantesco.