Oymyakon es una pequeña localidad de la República de Sajá, en Rusia. Sus escasos 462 habitantes aprendieron a vivir diariamente con temperaturas heladas que invaden los huesos y congelan todo a su alrededor.
De hecho, lo único que permanece líquido en el pueblo son sus aguas termales, a las cuales su nombre hace honor: “parcela de agua no congelada, donde los peces pasan el invierno”, traduce Oymyakon en idioma yakuto, que se habla en la región. Le puede interesar: La primera gran ciudad del mundo en quedarse sin agua
No existen cañerías ni acueducto. Los sanitarios son pequeños cuartos de madera ubicados al exterior de cada hogar en los que se encuentran huecos de 2,5 metros de profundidad. Por supuesto, no quedan olores ni hay espacio para las bacterias; el frío ataca antes de que los desechos tengan tiempo de descomponerse.
La ropa hecha de pieles de animales es una de las pocas opciones para combatir las heladas, junto con el té ruso, como se le dice al vodka. Los abrigos sintéticos se congelarían en cuestión de segundos, tal y como pasa con los peces recién pescados, los cuales se guardan junto a los bloques de leche y de agua potable a un metro bajo tierra, donde hay una temperatura entre los -10 y -15 grados durante todo el año.
El castigo del termómetro también lo sufren los objetos. Los autos, por ejemplo, deben permanecer encendidos mientras salen a la luz, porque por debajo de los -45 grados la gasolina se congela.
Durante esta época, es decir, en el invierno, el frío es extremo. No se puede esperar menos en un mes como enero en el que solo hay 28 horas de luz. El pasado lunes, por ejemplo, sus medidores registraron una temperatura de -62 grados centígrados. Algunos termómetros digitales se averiaron con la helada. Lea también: Los peces sí sienten dolor según la ciencia
El 26 de enero de 1926, el día más frío de la historia de Oymyakon saludó a los locales con 71.2 grados centígrados bajo cero. Fiodor Arnosov, un cazador que murió en 1967, estuvo ahí. Aún así, vivió hasta los 109 años, convirtiéndose en uno de los rusos más longevos.
Con información de El Espectador