No puedo ni quiero ocultarlo: Medellín, es, por lejos, la gran ciudad que más me gustó de todo Latinoamérica. No sé qué fue. Si sus calles, sus alrededores, sus parques, la liberalidad de su gente o tal vez la combinación de la marginalidad característica de las ciudades latinoamericanas con lo cosmopolita de una urbe moderna. O todo eso junto. Lo cierto es que Medellín es una de las pocas ciudades en las que me animaría a vivir. Ni siquiera Buenos Aires llega a ese nivel en mi ranking de ciudades (el cual acabo de inventar Risa).
Llegamos a Medellín desde Salento y nos encontramos con Álvaro, quien nos hospedaría en su casa gracias a Couchsurfing. También podemos atribuir nuestro amor a la ciudad paisa al anfitrión que nos tocó. Los días que planeamos pasar en Medellín se multiplicaron por tres gracias a él. Conocer la ciudad con un guía paisa suma, y mucho.
Una de las cosas que más nos gustó de Medellín fueron sus alrededores. Y no solo por los alrededores en sí, sino por las vistas espectaculares de la ciudad que se obtienen desde Santa Elena, o el Parque Arví, al que se puede llegar después de un alucinante viaje en teleférico. Al estar entre montañas, los ciudadanos que viven sobre las laderas, utilizan el teleférico como medio de transporte público para moverse de un lado al otro.
El Parque Arví y Santa Elena están a pocos minutos del caos de tráfico y gente que supone la ciudad, y permiten obtener una panorámica de esa metrópoli desde la tranquilidad de un parque lleno de árboles y cantos de pájaros. Sentados en un tronco seco bajo la sombra de un eucalipto podemos observar el edificio Coltejer, el centro paisa, y todas sus construcciones, como si fueran una maqueta viviente. Una experiencia fuera de serie.
Las vistas nocturnas desde las estaciones del metro, que devuelven una constelación de luces de las casas sobre las montañas, que se confunden con el cielo de la noche.
Por último, para terminar de enamorarlos del lugar, cerca a Medellín se encuentran los pueblos de Guatapé y Santa Fe de Antioquía, la ciudad que originalmente era la capital de la región.
Guatepé es la ciudad de los zócalos (todas las calles tienen uno), mientras que Santa Fe tiene una plaza más bonita que la otra.
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Nos costó irnos de Medellín, tal vez por Álvaro, por Diana (su compañera de apartamento), o simplemente por Medellín en sí misma. Si hablamos de enamorarnos de esta ciudad, yo podría dar cátedra de ello. Hasta podría escribir un manual. El tema es que enamorarse de una ciudad, o un lugar, siendo viajero no siempre está tan bueno.
El romanticismo que se dio con Medellín se tornó en algo similar a los culebrones colombianos donde los destinos separan a los que se aman locamente. No era nuestro tiempo, nos encandiló Medellín pero teníamos que seguir el viaje. Una tragedia de un amor que no pudo ser. Por eso si alguien ha escrito un manual de desenamoramientos ¡por favor avise!
A el autor lo puede encontrar aquí
Tomado del blog Me fui a la goma